CONSIDERACIONES ACERCA DE LA IGLESIA (1)

26.05.2011 02:43

 

CONSIDERACIONES

ACERCA DE LA IGLESIA

 

 

ensayo

 

 

por: Gino Iafrancesco V.

Cd. Pto. Pte Stroessner (hoy Ciudad del Este), Paraguay,

abril-julio 1982.

 

 

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(1) Dios y Cristo.-

 

El Dios de la gloria, el Dios Único, Yahveh Elohim[1], Creador[2], Sustentador[3] y Redentor[4], se reveló a los hombres[5]. El Único Dios Verdadero[6], el Padre de gloria[7], Padre de las luces[8], Padre de los espíritus[9], del Cual proceden todas las cosas[10], Ingénito y Eterno[11],que habita en Luz inaccesible[12], Inmortal[13], Invisible[14], se dio a conocer por medio de Su Hijo Jesucristo[15], que es Su Verbo y Dios con Él[16], Cuyo Principado es eterno[17], con el Padre[18], Heredero de toda Plenitud[19], Unigénito[20], Engendrado por la eternidad[21], Uno con el Padre[22], Imagen de Dios[23], del Dios invisible[24], Resplandor de Su gloria y Carácter de Su hipóstasis[25], por medio del Cual todo fue creado[26], y todo es sostenido[27], y para el Cual lo es todo[28]; que siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse[29], sino que se hizo carne[30], hecho semejante a los hombres[31] desde el vientre de la virgen María[32]; nació en Belén[33], simiente de Abraham[34], de la tribu de Judá[35], Linaje de David[36], en tiempo del emperador César Augusto durante el censo de Cirenio[37]; creció en estatura, gracia y sabiduría delante de Dios y los hombres[38], y por lo que padeció, aprendió la obediencia[39]; fue tentado en todo conforme a nuestra semejanza, pero sin pecado[40]; Hombre Verdadero y Perfecto[41], muerto en la cruz por nuestros pecados[42], el Mesías de Israel[43], Luz de los gentiles[44], Salvador del mundo[45]; fue sepultado, y en espíritu predicó a los espíritus encarcelados que desobedecieron en los días de Noé antes del Diluvio[46]; resucitó corporalmente al tercer día[47], y fue visto, oído y palpado así por sus apóstoles[48], a quienes comisionó[49]; ascendió corporalmente al cielo[50], siendo, como hombre, mediador entre Dios y nosotros[51], sentado a la diestra de la Majestad[52], en el Trono del Padre[53]; intercede por nosotros[54], y todos Sus enemigos fueron puestos debajo de Sus pies[55], siendo ya vencedor sobre todos ellos[56]. Volverá en gloria y majestad[57], corporalmente, con Su mismo cuerpo en que vivió, murió y resucitó en la tierra[58], para juzgar y establecer el reino milenial[59], habiendo arrebatado a Su Iglesia[60], transformada y resucitada a Su semejanza[61], compañera Suya[62].

 

(2) Cristo y Su cuerpo.-

 

Éste Señor Jesucristo, por medio del cual Dios es revelado[63], Dios y hombre verdadero[64], constituyó a la Iglesia, la cual es Su cuerpo[65], depositaria de Su vida y de Su Espíritu[66], del espíritu santo que procede del Padre[67], y es Dios[68], el Espíritu de Dios[69], el Espíritu del Padre[70], y el Espíritu de Su Hijo[71], derramado por el Hijo[72], Dios mismo que es Espíritu[73], que toma lo del Hijo y nos lo  da a conocer[74]; y todo lo del Hijo es del Padre, y todo lo del Padre es del Hijo[75]; y así como el Padre está en el Hijo[76], y el Hijo en el Padre[77], en Su Seno[78], así como son Uno[79], así, por el Padre en el Hijo, y el Hijo en el Padre y en nosotros[80], así por el Padre en nosotros por el Hijo, y el Hijo en nosotros por el Espíritu[81]así somos Sus miembros que vivimos por Él: Uno[82], conformando Su cuerpo[83], así somos uno. "Que sean uno en Nosotros", oró Jesús el Señor[84].

 

Somos, pues, la Iglesia, los llamados fuera del mundo[85], mediante la identificación personal por fe con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección[86], ascendidos con Él en lugares celestiales[87], justificados, santificados y glorificados en Él[88], con las arras, hoy, del Espíritu[89], garantía y anticipo de nuestra redención completa[90], incluido el cuerpo[91]; y luego, todo el resto de la creación será liberada[92], excepto los eternamente perdidos, pues los rebeldes serán eternamente castigados con el diablo y sus ángeles[93]. Somos, pues, la Iglesia, coherederos con Cristo de la plenitud de Dios[94], coherederos también de todas las cosas[95]; somos Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo[96]. "Como Tú, oh Padre en Mi, y yo en ellos, que también ellos sean Uno en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado para que sean Uno, así como Nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mi, para que el mundo conozca que Tú me enviaste y que los has amado a ellos como también a Mi me has amado" (Jn.17:21-23).

 

La Iglesia, la cual es Su cuerpo[97], aunque es enviada al mundo, no es del mundo[98]; ha sido sacada de él; es iglesia, ek-klesía, distinta del mundo, separada de él, y a él enviada[99]. En la unidad vital de este cuerpo, tan solo participan los que el Padre ha dado al Hijo y que han guardado Su palabra, que conocen que todo lo que ha sido dado al Hijo procede del padre, y han recibido Sus palabras y han conocido verdaderamente que el Hijo salió del Padre, y han creído que el Padre ha enviado al Hijo[100]. A éstos, que no son del mundo como el Hijo no es del mundo[101], santificados en Cristo[102], que no aman al mundo sino al Padre[103], que aborrecen su vida en este mundo para guardarla para vida eterna[104], separados en la Cruz de Cristo de los deseos de la carne[105], los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida[106], a éstos ha hecho Dios Uno en cristo Jesús, donde ya no hay raza, ni nacionalidad, ni sexo, ni clase social[107]. Éstos son el cuerpo, visible al mundo[108], de Cristo; miembros Suyos, el cuerpo de un solo y nuevo hombre[109], resucitado de los muertos y repartido cual pan[110], y en Espíritu vivificante[111], para actuar evidentemente en el mundo[112], ministrando reconciliación con Dios[113], sometiendo, por Él, bajo las plantas de Sus pies, todas las cosas[114], buscando primeramente el reino de Dios y Su justicia[115], cuyo propósito es el de Dios: de reunirlo todo en Cristo Jesús[116]. Éste cuerpo es Uno, porque Dios es Uno y Cristo es Uno[117], y no está dividido[118], porque Dios es amor[119] y Dios es su vida[120]. "Uno en Nosotros" (Jn.17:21). "Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál.3:28) [aunque los Gálatas eran varias iglesias locales en una región][121].

 

(3) La unidad del Espíritu.-

 

Ésta unidad del cuerpo se debe a la unidad del Espíritu que le anima; el espíritu es Uno[122]: "Un Espíritu" (Ef.4:4). Pablo nos exhorta: "Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz"[123]. Puesto que el espíritu es Uno[124], y no puede ser muchos[125], así la unidad del espíritu en el cuerpo de Cristo es un hecho que guardar con solicitud, y no una meta por alcanzar[126]. Meta es la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Ef.4:13), mas no la unidad del Espíritu (Ef.4:3).

 

La unidad del Espíritu en el cuerpo es primeramente un hecho que descubrir. Es algo hecho por Dios que debemos guardar, por medio de lo cual llevará adelante Su propósito[127], a medida que descubrimos el hecho[128], nos apropiamos de él, y en él nos posicionamos para actuar a partir de allí[129]. Toda otra acción que no sea todavía a partir del Espíritu, y en el hecho de la de Su unidad y la de Su cuerpo, en el cual el Espíritu nos sumerge[130], toda acción dislocada, está errada y debe corregirse al conocerse verdaderamente el hecho[131]. La falta de conciencia del hecho del cuerpo y de Su unidad, no afecta el hecho divino, pero sí nos priva de parte de sus beneficios[132].

 

Hay diversidad de dones, de ministerios y de operaciones, pero el Espíritu es el mismo, el Señor es el mismo, Dios es el mismo[133]. Por ello, coordinados exclusivamente en virtud de la Cabeza: Cristo Jesús[134], debemos solícitamente guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz[135]. Debe, pues, evitarse toda acción que no sea en el Espíritu, pues atenta, con la carne, contra el hecho divino[136], sin anularlo[137], pero sí privándonos de parte de sus beneficios[138], y oscureciendo ante el mundo el Amor Divino[139].

 

(4) La Unidad manifiesta.-

 

Esta unidad es para que sea visible, como la ciudad sobre un monte que no se puede esconder[140]; es para que el mundo crea, para que el mundo conozca[141]. Es una unidad profundamente espiritual, cuyas raíces están en el Seno mismo de Dios[142], y sin embargo, tal hecho debe ser manifestado ante el mundo en el amor y la verdad[143]. No hay verdadero amor sin la participación de la verdad; y no hay verdad completa sin el amor[144]. El amor y la verdad no se excluyen; ellos son, en definitiva, el rostro de ub sólo Dios que es Santo; Quien, por la Cruz, exhibió Su justicia y Su gracia[145]. No se trata, pues, de una unidad en el error[146], ni en la carne[147], ni en lo mundano[148], unidad complicada con Satanás[149]; no es de esa clase de unidad de la que estamos hablando; mas sí de la unidad del Padre y el Hijo, que por el Espíritu opera en nosotros[150] desde el Cielo, para revelar en la tierra, por la Iglesia, que es Su cuerpo, la voluntad de Dios[151].

 

Satanás también busca una unidad; también él quiere reunir a su alrededor al resto de la creación; el propósito diabólico ha sido sentarse en el Monte del Testimonio[152] pretendiendo hacerse semejante a Dios, usurpando Su lugar[153]. Es por eso que necesitamos ejercer discernimiento[154], porque una unidad que sacrifica la verdad, es la pretende el padre de la mentira para sentarse en el Templo de Dios, como Dios, haciéndose pasar por Dios[155].

 

La unidad del cuerpo de Cristo brota de la revelación perfecta de la voluntad divina en Cristo Jesús[156]. Fuera de Él, aparte de Él, y en otros términos distintos a los Suyos, no hay unidad verdadera[157]; es tan solo un sutil fraude del engañador de las naciones[158] que se disfraza como ángel de luz y ministro de justicia[159], , pero cuyos deseos son los de sustituir al Padre Dios y al Hijo en la herencia del Trono[160]. Así que la manifestación de la unidad espiritual y orgánica del cuerpo de Cristo solo es posible al rededor de la revelación divina[161], hecha perfecta y exclusiva en el Hijo del Dios Viviente[162], repartido[163], actuante y evidente a través de Sus miembros[164], el Cual Hijo estampó Su Sello en las Sagradas Escrituras[165], que son leídas por la Iglesia a través de Él[166], por el Espíritu[167]; y las que, como testigo canónico, nos llevan hacia Él[168], y entonces al mismo Padre, por Cristo[169].  Las Escrituras testifican de Cristo; de Su Persona y Su Obra, de Su propósitto y Palabra, de Su carácter y mandamientos (grandes y pequeños), de Su ejemplo, Su voluntad y deseo. La Iglesia, la cual es Su cuerpo, no puede menos que aferrarse a Él y seguirle a pie juntillas, como el músculo al cerebro, en espíritu y verdad, en tosdas las cosas, aún pequeñas[170], las cuales también con gozo la Iglesia fiel se interesa en cumplir para expresar la medida cada vez más plena de la belleza de Cristo[171], Su Cabeza[172] y Vida[173], quien es el contenido que da a la Iglesia la perfecta forma de la gloria de Dios[174], la cual, un día no lejano, por Cristo y la Iglesia transfigurada, será exhibida cual Amor desbordante como capital del Universo y de Un Reino inconmovible[175]. ¡Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados! Pero ¡Ay de aquellos que ahora están saciados, porque tendrán hambre![176]

 (continúa...)

(5) El modelo neotestamentario.-